Expresión Pura

 
 

En su nuevo taller el artista construyó un espacio donde dar rienda suelta a su pasión por la estética. allí, la exploración creativa, la tertulia amena y hasta la cena con amigos, son siempre bienvenidas, pasen y vean.


El enclave ubicado en las afueras de Montevideo y a un par de cuadras de la costa, es desde hace unos meses el nuevo lugar de trabajo del artista plástico. En ese espacio de puertas abiertas; pinceles, latas y caballetes conviven con ambientes perfectamente decorados y armados para la vida diaria. Es que en el taller de Pablo Mailhos pasan cosas. Allí es donde el artista se dedica de lleno a su métier, pero también adonde llega gente con diversas inquietudes, “con curiosidad y ganas de hacer cosas”. En tales ocasiones, cuenta el pintor, no faltan las largas charlas; quien cocine de vez en cuando o hasta quien se ponga a cantar.

Vale señalar que esa singular dinámica no es producto del azar. Pablo tiene muchos proyectos en la cabeza y el nuevo taller es la pieza fundamental de esa movida. “Este no es solo mi lugar de trabajo, es un espacio vivo, que está en permanente cambio, y así quiero que sea”, enfatiza.

Con una mirada entrenada para los colores, las formas y los espacios, Mailhos cede la palabra a su trabajo y tanto sus obras como el atelier hablan por sí mismos. “Esto es algo que está en el alma. Lo tengo de toda la vida”, responde a la pregunta de por qué se interesó en la plástica. El artista es un autodidacta que mamó desde la cuna esa sensibilidad estética. “Mi viejo sabía mucho de arte y me inculcó ese gusto. Él sabía cosas que me generaban mucha curiosidad y me nutría con esa información; fue mi propia educación. Cuando sos niño, tu padre es Superman y todo lo que él hace te impacta. Los otros niños sabían de fútbol y de jugadores; yo de cómo se lustra un mueble. Mi viejo iba al taller Torres García, con Edgardo Ribeiro, y yo veía cómo mezclaba los colores en la paleta, lo miraba cuando él se sentaba en un sillón y dibujaba. Me influenció mucho. Al día de hoy, cuando dibujo una mujer, me sale una figura estilo Liz Taylor o Jaqueline Kennedy, con peinado alto; siempre le pongo un lunar. Dibujo mucho desde chico; siempre tuve buen ojo para las medidas, y mi familia incentivó esa habilidad. Me llevaban a museos, compraban revistas y me decían, ‘mirá, este es fulano de tal y hace tal cosa’. Ahora hay mucha información, está Internet, pero antes no existían tantas herramientas. En esa época nosotros vivíamos en Salto y no había casi televisión; empezaba a las seis de la tarde y no veíamos nada, media hora de dibujos animados, a lo sumo. Yo tenía óleos a la mano y muchas veces, aburrido, pintaba. Cuando fui más grande empecé a tener curiosidad por los movimientos modernos, que a mi viejo no le gustaban, el expresionismo abstracto, el action painting”, recordó. Esa inquietud acompañó a Mailhos toda la vida, aunque se mantuvo puertas adentro. Su derrotero personal lo llevó a coquetear un tiempo con la arquitectura y luego a dedicarse a los negocios inmobiliarios y a la decoración. Hasta que en 2012, y sin motivo aparente, la pasión por la plástica finalmente estalló. Fue entonces cuando instaló su primer taller en la portería de un edificio en Pocitos y comenzó a dedicarle gran parte de su tiempo a la pintura. Totalmente abocado al arte contemporáneo, comenzó a explorar la negligencia en su propuesta. ”No hago rectas, no hago círculos perfectos”, dice, porque lo suyo son gestos. Para ilustrar eso que lo mueve recuerda la frase de Pablo Picasso, ”para aprender a pintar como los maestros del renacimiento tardé unos años; pintar como los niños me llevó toda la vida“. El suyo es un viaje sin retorno, y así lo confiesa. ”En un momento me volví obsesivo, me quedaba leyendo y estudiando obras y vidas de artistas hasta las cuatro de la madrugada. Diría que estaba tratando de recuperar el tiempo perdido. Estaba hambriento de las cosas que estaban pasando en el mundo. Empecé a viajar para ver lo que se estaba haciendo y me metí en la Fundación de Arte Contemporáneo, dirigida por López Lage. Ahí estaba con artistas de carreras largas y reconocidas. Yo estaba tenso, no sabía si lo mío gustaba, pero me parecía importante saber si mi obra era sustentable. Una conversación me solucionó la existencia. Alguien me dijo, ‘no a todo el mundo le gusta Picasso’. Picasso puede no gustarle a todo el mundo, pero es indiscutido. El tipo es bueno. Y eso es a lo que yo apunto como objetivo, a ser sólido. De cero a diez, apunto al diez, pero si no soy 5.1 no me sirve. ¿De acuerdo a quién? A los actores del arte, a los que saben y lo manejan”. Esa pregunta latente fue tal vez el motivo por el cual Mailhos se despachó con su primera exposición individual en agosto de 2016. “Llegó el momento en que tenía que mostrar todo esto. Trabajé mucho, hasta la obsesión. Descarté cuadros, hasta tal punto que cuando le pregunté al curador (Enrique Gómez), ‘Enrique, ¿cuántos cuadros?’, ‘16, no más’, me contestó. Yo expuse 40 cuadros. Para el catálogo, le pedí a Alfredo Torres que hiciera la crítica. Le mandé una obra y me la devolvió en palabras. Fue perfecto lo que escribió. Cuando empieza el artículo, escribe una cosa que cuando la leí dije, 'este soy yo'. Yo no quiero ser original, yo soy singular. No soy plural, no soy veinte personas, soy yo. Me encantó”, recuerda. Exigente consigo mismo e inquieto por naturaleza, el siguiente desafío llevará al artista a la feria Art Basel de Miami, que se realizará el próximo diciembre. ”Es una feria que ya conozco; la visité un par de veces como espectador y es una ventana al mundo para los talentos emergentes. Todavía no sé cuántas obras voy a llevar pero para mí representa la posibilidad de estar en el ruedo, de mostrar mi trabajo fuera de Uruguay y a la vez, nutrirme con lo que está pasando y ser parte del mundo a nivel artístico”, comenta mientras da a entender que Miami es una ciudad en la que le gustaría poner un pie. Así las cosas, no es de extrañar que haya novedades en breve.

 
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Setiembre 2017